“Chicos
malos” podría compararse con esas salidas entre amigos o parejas, que tal vez
la mala predisposición de uno, hace que todo vuele por el aire. Esa energía
negativa que algunos necesitan expulsar y provocan el vomito de todas las
miserias personales y esas ganas censuradas de decirle al otro lo que los
significa. Esas cenas de amigos que terminan todos peleados y algunos no se ven
más, o esas parejas que le ponen fin al amor por síntomas que se
descomprimieron.
La idea era
hacer un gran show, y cada uno de sus ocho integrantes, tiran por la borda toda
expectativa cuando se creen más importantes que el conjunto. Y su líder,
trabajo exquisito de Matías Iván Rodríguez, enferma a todos. “Chicos malos”, como
nos anticipa su autor y director Gabriel Gavila en su programa, es teatro roto.
También dice ser “Punk” aunque ese rasgo no se lo encontramos.
Sus ocho
integrantes marcan una postura concreta frente a la vida y a la sexualidad.
Algunos muestran sólo su homosexualidad, otros su indefinición, lo cierto es
que la obra, bajo una patina gay, evoluciona o involuciona en su cometido. Como
aquel teatro que podíamos ver de manera desinhibida solo como performance de
boliches como Glam u Oxen hacia fines de
los 90, pero en un teatro tradicional como La Sodería y con sus anuncios en las
revistas y diarios, como en pleno 2016. Claro, la Ley de Matrimonio
Igualitario, la apertura mental de la clase dirigencial argentina y la caída de
prejuicios del ciudadano común, lograron esta amplificación. Y está bien que
así sea. Pluralidad, como la de Gavila, que de un teatro dramático, corre hacia
el teatro cómico para hacer reír con su otra compañía, Improvisa2.
De su
antecesora obra “Chicos lindos”, la presente mantiene la cualidad de sus
chicos. Son lindos. Cuerpos trabajados, verborragia serial, fricción corporal y
un guión que como el juego dominó, depende de un empujón para que se suceda el
otro.
También hay
una importante destreza cuando hacen coreografías de peleas. Una orgía implícita
rompe la armonía y el machismo solapado, como también los estridentes tacos que
saca a escena Emmanuel Martínez en un cuadro tan bizarro como explosivo.
Desnudos intermitentes agudizan la escena. Gabriel Gavila, así, nos tira todo
su mundo interior por la cabeza.
Lo bueno de
su director es avisarnos. Ya en la información de prensa, advierte que es una
obra prohibida para menores. Y quien esté indeciso de bucear por la cabeza de
su autor por una hora, en el primer pantallazo, cuando uno se ubica en las
butacas, ya puede saber qué va a ver, para irse o quedarse. Nadie se va, todos
se quedan y hasta festejan. “Chicos malos” es festivo.
Con una
escenografía nula – dividido en dos niveles, arriba del escenario y debajo, a
la altura del público– que se embellece solo por miles de pétalos rojos en el
piso, “Chicos malos” nos trae a ocho performers esculturales. Ellos son Axel
Hahn, Javier Roldán, Gerónimo Campese, Juan Felipe Pelaez, Lucas De Stasio,
Rodolfo García Werner y los mencionados Emmanuel Martínez y Matías Iván
Rodríguez. Y para romper con tanta palabra y cuerpos made in Juegos Olímpicos
de Río de Janeiro 2016, su director selecciona cual Dj, música disco, algo de
Britney Spears, que también matiza con la canción cantada a capela de Cole
Porter, “Anything Goes”.
En su idea
artística y conceptual, Gavila nos tienta a refundarnos. A pensar en nuestros
principios y en lo que pretendemos de la vida. puntos claros, reprimidos,
volátiles; que aunque con caras y pasados ajenos, no son más que los comunes a
todos.
Una obra
fuerte, momentos chocantes, escenas que preferiríamos editar y otras resaltar.
Pero que no hacen más que cumplir con su deseo de intranquilizarnos. Gavila con
“Chicos malos” invita al fango. Para aguas tibias, hay otras obras y otros
directores.
Todos los viernes a las
21.30hs., en el teatro La Sodería, Vidal 2549, C.A.B.A. – Argentina. Reservas:
4543-1728. Por mail: chicosmalosteatro@gmail.com. Costo de entrada: $150
(descuentos a estudiantes y jubilados). Espectáculo
no apto para menores de edad.
Por Axel
Serrano
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