lunes, 22 de agosto de 2016

Crítica teatral: “Chicos malos”

“Chicos malos” podría compararse con esas salidas entre amigos o parejas, que tal vez la mala predisposición de uno, hace que todo vuele por el aire. Esa energía negativa que algunos necesitan expulsar y provocan el vomito de todas las miserias personales y esas ganas censuradas de decirle al otro lo que los significa. Esas cenas de amigos que terminan todos peleados y algunos no se ven más, o esas parejas que le ponen fin al amor por síntomas que se descomprimieron.

La idea era hacer un gran show, y cada uno de sus ocho integrantes, tiran por la borda toda expectativa cuando se creen más importantes que el conjunto. Y su líder, trabajo exquisito de Matías Iván Rodríguez, enferma a todos. “Chicos malos”, como nos anticipa su autor y director Gabriel Gavila en su programa, es teatro roto. También dice ser “Punk” aunque ese rasgo no se lo encontramos.

Sus ocho integrantes marcan una postura concreta frente a la vida y a la sexualidad. Algunos muestran sólo su homosexualidad, otros su indefinición, lo cierto es que la obra, bajo una patina gay, evoluciona o involuciona en su cometido. Como aquel teatro que podíamos ver de manera desinhibida solo como performance de boliches como Glam u Oxen  hacia fines de los 90, pero en un teatro tradicional como La Sodería y con sus anuncios en las revistas y diarios, como en pleno 2016. Claro, la Ley de Matrimonio Igualitario, la apertura mental de la clase dirigencial argentina y la caída de prejuicios del ciudadano común, lograron esta amplificación. Y está bien que así sea. Pluralidad, como la de Gavila, que de un teatro dramático, corre hacia el teatro cómico para hacer reír con su otra compañía, Improvisa2.

De su antecesora obra “Chicos lindos”, la presente mantiene la cualidad de sus chicos. Son lindos. Cuerpos trabajados, verborragia serial, fricción corporal y un guión que como el juego dominó, depende de un empujón para que se suceda el otro.

También hay una importante destreza cuando hacen coreografías de peleas. Una orgía implícita rompe la armonía y el machismo solapado, como también los estridentes tacos que saca a escena Emmanuel Martínez en un cuadro tan bizarro como explosivo. Desnudos intermitentes agudizan la escena. Gabriel Gavila, así, nos tira todo su mundo interior por la cabeza.

Lo bueno de su director es avisarnos. Ya en la información de prensa, advierte que es una obra prohibida para menores. Y quien esté indeciso de bucear por la cabeza de su autor por una hora, en el primer pantallazo, cuando uno se ubica en las butacas, ya puede saber qué va a ver, para irse o quedarse. Nadie se va, todos se quedan y hasta festejan. “Chicos malos” es festivo.

Con una escenografía nula – dividido en dos niveles, arriba del escenario y debajo, a la altura del público– que se embellece solo por miles de pétalos rojos en el piso, “Chicos malos” nos trae a ocho performers esculturales. Ellos son Axel Hahn, Javier Roldán, Gerónimo Campese, Juan Felipe Pelaez, Lucas De Stasio, Rodolfo García Werner y los mencionados Emmanuel Martínez y Matías Iván Rodríguez. Y para romper con tanta palabra y cuerpos made in Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, su director selecciona cual Dj, música disco, algo de Britney Spears, que también matiza con la canción cantada a capela de Cole Porter, “Anything Goes”.

En su idea artística y conceptual, Gavila nos tienta a refundarnos. A pensar en nuestros principios y en lo que pretendemos de la vida. puntos claros, reprimidos, volátiles; que aunque con caras y pasados ajenos, no son más que los comunes a todos.

Una obra fuerte, momentos chocantes, escenas que preferiríamos editar y otras resaltar. Pero que no hacen más que cumplir con su deseo de intranquilizarnos. Gavila con “Chicos malos” invita al fango. Para aguas tibias, hay otras obras y otros directores.



Todos los viernes a las 21.30hs., en el teatro La Sodería, Vidal 2549, C.A.B.A. – Argentina. Reservas: 4543-1728. Por mail: chicosmalosteatro@gmail.com. Costo de entrada: $150 (descuentos a estudiantes y jubilados).  Espectáculo no apto para menores de edad.

Por Axel Serrano




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